Nos ocupamos del asunto hace ya algunas semanas, pero dado que hasta la gran Ángela Merckel lo había mencionado, entre otros mandatarios con menor fortuna, el asunto sigue coleando en RRSS y en todo tipo de foros públicos o privados.. Consigue una notoriedad a la que no estábamos acostumbrados porque
no cada año recibimos la visita (¿para quedarse esta vez?) de un nuevo patógeno como el que nos atribula y ha cambiado tanto la vida en este planeta (como dijimos ya en marzo en
https://www.neyro.com/2020/03/09/un-virus-nuevo-el-coronavirus-2019-ncov/)
Estamos hablando de
la famosa inmunidad de rebaño, que es un fenómeno básicamente bio-estadístico que se observa en una determinada población cuando una parte (importante) de ella se ha hecho inmune a una enfermedad por contagio previo o porque ha sido vacunada y se interrumpe la cadena epidemiológica entre sus individuos, provocando así una forma indirecta de protección contra una enfermedad y previniendo que individuos no inmunizados se contagien (de ella nos ocupamos, decíamos en
https://www.neyro.com/2020/06/26/estan-las-infecciones-covid19-ya-pasadas-protegiendo-al-resto-de-la-comunidad/). Es el bienestar y la ventaja con la que cuentan los antivacunas, aunque lo nieguen o (peor) lo ignoren.
Pues bien,
se ha propuesto la inmunidad colectiva o de rebaño (es decir, permitir que los grupos de bajo riesgo se infecten mientras «se aísla» a los grupos susceptibles) como un método de trabajo para frenar la propagación de SARS-CoV2 (algunos como Bolsonaro o el mismo «rubio de oro» que acaba de perder su empleo…, con poco estilo, peores formas y nada de ciencia)). Sin embargo, esa estrategia está plagada de riesgos. Por ejemplo, incluso con tasas modestas de mortalidad por la infección (como es el caso de CoVID19), un nuevo patógeno resultará en una mortalidad sustancial porque la mayoría, si no toda, de la población no tendría inmunidad al patógeno. Viene bien en este punto recordar las cusas de mortalidad para mejor combatir la enfermedad (ver en
https://www.neyro.com/2020/09/30/analizando-las-causas-de-mortalidad-por-covid19-en-espana/)
Además,y en segundo lugar, aislar a las poblaciones de alto riesgo no es práctico, porque las infecciones que inicialmente se transmiten en poblaciones de baja mortalidad puede extenderse a poblaciones de alta mortalidad y podría llegar a ser peor el remedio que la enfermedad.
Al comienzo de la pandemia de CoVID19, mientras otros países de Europa estaban confinando a fines de febrero y principios de marzo de 2020, Suecia tomó una decisión contra el confinamiento. Inicialmente, algunas autoridades locales y periodistas describieron esto como la estrategia de inmunidad colectiva: Suecia haría todo lo posible para proteger a los más vulnerables, pero, apuntando a que un número suficiente de ciudadanos se infectara con el objetivo de lograr una verdadera inmunidad colectiva basada en infecciones. A finales de marzo de 2020, Suecia abandonó esta estrategia en favor de intervenciones activas; la mayoría de las universidades y escuelas secundarias se cerraron, se impusieron restricciones de viaje, se fomentó el trabajo desde casa y se prohibieron grupos de más de 50 personas. Lejos de lograr la inmunidad colectiva, se informó que la seroprevalencia en Estocolmo, Suecia, era inferior al 8 % en abril de 2020, lo que era comparable a varias otras ciudades.
La población de los Estados Unidos es de unos 330 millones. Según la estimación de la OMS de una tasa de mortalidad por infección del 0,5 %, se necesitarían alrededor de 198 millones de personas inmunes (infectadas primero, que sobrevivan más tarde y a poder ser sin secuelas y finalmente que desarrollen suficientes y efectivos anticuerpos más tarde), como para alcanzar un umbral de inmunidad colectiva de aproximadamente el 60 %, lo que provocaría varios cientos de miles de muertes adicionales.
Suponiendo que menos del 10 % de la población haya sido infectada hasta ahora, con una inmunidad inducida por infección de 2 a 3 años (duración desconocida, hasta el momento actual, cuando aún no han pasado ni 12 meses desde el primer diagnóstico)),
la inmunidad colectiva alcanzada por infección no es realista en este momento para controlar la pandemia. Las vacunas contra SARS-CoV2 ayudarán a alcanzar el umbral de inmunidad colectiva, pero dependerá de la eficacia de la(s) vacuna(s) y la cobertura de la población (hace ya unas semanas, entonces, el estado de la cuestión era este
https://www.neyro.com/2020/08/10/doctor-a-estas-alturas-como-va-el-tema-de-las-vacunas-frente-a-sars-cov2/, pero ya está sobrepasado).
En conclusión, los autores de estas reflexiones que han dado pie a mis comentarios lo expresan en su publicación «Herd Immunity and Implications for SARS-CoV2 Control» (aparecida en
https://jamanetwork.com/journals/jama/fullarticle/2772167), en la que señalan que
la inmunidad colectiva es una defensa importante contra los brotes y ha tenido éxito en regiones con tasas de vacunación satisfactorias. En la imagen del original mostramos los niveles de la inmunidad de rebaño considerados esenciales en las distintas enfermedades que se muestran.
También señala la publicación de Saad B. Omer y sus colaboradores del Yale Institute for Global Health, New Haven, en Connecticut y del Departments of Internal Medicine and Epidemiology of Microbial Diseases, Yale Schools of Medicine and Public Health, en el mismo New Haven, en Connecticut, que es importante destacar que incluso pequeñas desviaciones de los niveles de protección pueden permitir brotes importantes debido a grupos locales de individuos susceptibles, como se ha observado con el sarampión en los últimos años.
Por lo tanto, finalmente y una vez más en contra de los ignorantes antivacunas, concluyen que las vacunas no solo deben ser efectivas, sino que los programas de vacunación deben ser eficientes y ampliamente adoptados (este es el punto de fricción con aquellos…), para garantizar que todos aquellos que no pueden ser protegidos directamente obtengan una protección relativa. Seguiremos combatiendo y seguiremos informando…
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Estimado José Luis,
Gracias por tus aportaciones. Denotan rigor y conocimiento científico.
Una pregunta, ¿Bajo tu opinión la vacunacion debería ser obligatoria en aras a una mayor efectividad y protección?
¿Cómo se puede entender que sea obligatorio el uso de mascarillas entre otras medidas, y sin embargo cuando sea viable, no se exija la vacunacion obligatoria?
Imagino que eso requeriría la modificación de la ley general de sanidad.
Eskerrik asko, José Luis
Hola, muy buenos días mi estimado Jon y muchísimas gracias por su seguimiento, por sus comentarios y por el reconocimiento implícito que hace de nuestro trabajo de tantos años.
Realmente la cuestión que plantea es de un extraordinario interés y no solamente para el público en general sino también para los sanitarios, para nuestras (respetadas) autoridades sanitarias y probablemente también, y esto es muy importante, para los especialistas en deontología y aún más en ética profesional.
Pasaré por encima de la necesidad de las modificaciones legislativas que fueren precisas, porque eso es una cuestión puramente metodológica y que podría ser realizada solamente con iniciativas parlamentarias para los que solo necesitamos un poco más de reflexión.
Es dudoso de todas las maneras que nuestros políticos hagan la reflexión necesaria sobre cuestiones que son políticamente incorrectas y por eso confío poco en que esos ratos que su propuesta parece traducir vayan a suceder en algún momento de forma real…
Teniendo en cuenta todo lo anterior como preámbulo, me atrevería decir que la vacunación “obligatoria“ es un asunto de una extremada seriedad, en la medida en que estamos obligando a recibir un producto medicamentoso a una persona que está sana exclusivamente (nada menos que) para hacer prevención primaria de una enfermedad infectocontagiosa que puede poner en peligro a todo el grupo social, a toda la sociedad, al mundo entero por lo que llevamos visto.
Efectivamente, son muchos los argumentos a favor pero también está el reconocimiento del principio bioético de autonomía, por encima incluso de los principios de beneficiencia y de ausencia de maleficencia.
Me explicaré; el principio de beneficencia en bioética, afirma que la profesión médica, la asistencia sanitaria en general, la enfermería también incluida, solo pretende hacer el bien y el objetivo básico de su actividad es procurar beneficiencia.
El principio de ausencia de maleficencia, en negativo desde el punto de vista de la ética profesional, afirma que no solo es necesario hacer siempre el bien, sino que incluso es preciso procurar nunca hacer daño o causar mal. Esto tiene que ver lógicamente con los efectos secundarios y las complicaciones derivadas de los tratamientos médicos.
Pues bien, por encima de esos principios, hace ya muchos años que nuestra legislación reconoce como preeminente el principio bioético de la autonomía del paciente, que es de mayor rango y de mayor importancia que esos dos principios de beneficiencia y de ausencia de maleficencia.
En virtud de ese reconocimiento, también desde el punto de vista legislativo recogido en la ley general de sanidad, los pacientes son perfectamente soberanos de sus decisiones clínicas y, una vez recibida una información completa y veraz,…, tienen la perfecta capacidad para decidir si son tratados o no quieren ser tratados, si se someten a la cirugía que es necesaria en su enfermedad o si prefieren no ser operados, etc., etc., etc..(dejaremos al margen los temas de discapacidad intelectual, niños menores de 12 años., dementes…, en fin….)
En función de esta situación es precisamente, por el principio de autonomía consagrado como preeminente por encima de los principios de beneficiencia y de ausencia de maleficencia que no podemos obligar a nadie a recibir ningún tratamiento médico.
Llegados a este punto, debo añadir que los principios que rigen la relación médico paciente en ética profesional no son tres como hasta ahora vengo exponiendo, sino cuatro y precisamente el cuarto, hace referencia al bien común.
Se concluye así que todas las actuaciones de la asistencia sanitaria deben estar orientadas al mejor bien colectivo, al bien común de la colectividad social, pero siempre de forma que tiene menos rango de importancia que los tres primeros principios que aluden a temas puramente personales.
Una cuestión que desde el punto de vista bioético es muy atractiva para un debate intelectual es, precisamente, si en una situación tan extraordinaria como una pandemia con centenares de miles de muertos y varios millones de afectados, podría argumentarse la razón del bien común como preeminente por encima del principio de autonomía de los pacientes para así poder “obligar“ a cada individuo a recibir la vacuna en el momento en que esta esté disponible.
Y aquí es donde acuden en nuestro auxilio o se introducen en el debate los principios en función de los cuales se crean las democracias modernas. En función de todos ellos, los ciudadanos son soberanos porque ya no son súbditos como antes de la revolución francesa sino que son ciudadanos de pleno derecho y por tanto autónomos para tomar sus propias decisiones.
Es la grandeza de la democracia que hace que las relaciones médico-paciente ya no sean de carácter vertical en la que uno que lo sabe todo aplica lo que mejor crea a alguien que no sabe nada, sino que pasan a ser completamente horizontales, de igual a igual, democráticas en todo momento, de tal suerte que el paciente y el médico intercambian sus impresiones y es el paciente el que decide de acuerdo a la información que el médico ha transmitido de forma completa y veraz sobre la enfermedad del paciente y sobre el tratamiento que quiere aplicar.
Si ha tenido la paciencia de llegar hasta este punto Jon, verá que la situación es extremadamente compleja para poder decidir algo tan duro como la obligatoriedad de la vacunación, en la que desde el punto de vista personal creo firmemente, por cierto….
Se me ocurren no obstante algunos métodos “estimulantes“ o coercitivos que dirían otros, para tratar de que la población no se niegue a la vacunación. Por ejemplo la obligatoriedad de presentar la cartilla de vacunación completa antes de recibir la matrícula en un colegio público, concertado o del tipo que sea, pero que esté inserto en el seno de una comunidad cuya salud es necesario preservar por parte de las autoridades.
Otro método de estimulación para la vacunación sería dificultar o impedir el acceso a cualquier subvención pública, ayuda social o pensión de cualquier naturaleza…., exigiendo como uno de los requisitos los carnet de vacunación perfectamente rellenados por las autoridades sanitarias.
Aún nos quedan otros métodos estimulantes para la vacunación, siempre indirectos, para evitar su obligatoriedad, que pudieran ser la necesidad de presentar la cartilla de vacunación completa ante la posibilidad de un contrato de trabajo en una empresa que fuere de carácter público o que tenga cualquier tipo de exención o beneficio público, en función de lo cual las autoridades políticas puedan hacer que esa obligatoriedad pueda llevarse a cabo.
Así las cosas, para no enrollarme más, podríamos evitar esa obligatoriedad que en principio podría ser ilegal pero, de manera simultánea, podríamos “estimular“ a todas las personas que no crean en las vacunas a ser vacunados, precisamente para obtener los beneficios que pretenden con las otras acciones o cumplir con los preceptos económicos, administrativos o del tipo que fuera que sean puestos por las autoridades competentes.
Si quiere usted mi opinión formal, probablemente no vamos a llegar a ver la vacunación obligatoria ni para COVID-19 ni para otras circunstancias más importantes, pero le recuerdo que vacunarse frente a determinadas enfermedades tropicales es obligatorio para acudir y viajar a diferentes países del mundo y de eso no se habla, desde el punto de vista del debate bioético y de la pérdida de libertades individuales.
En fin….
Seguiremos reflexionando, seguiremos informando y el debate está abierto a partir de ahora…
Estimado José Luis, he de reconocer que su visión sobre la cuestión planteada me ha sido de utilidad, pues aporta la perspectiva bioética del asunto en cuestión, desde la óptica todo ello, de las ciencias de la salud, a las cuales vaya por delante, profeso especial admiración.
No obstante, y es una valoración personal, por tanto, no es más que eso, noto en su constructo una especie de trampa, pues según interpreto su texto (tal vez erróneamente) da por sentado que la vacunación obligatoria seria la opción más correcta, pero da por hecho sin embargo, que esta vía no se llevará a cabo, y entiendo que se decanta por la vía de la «estimulación» para que los ciudadanos tengamos que vacunarnos si queremos optar a diversos servicios públicos que comenta en su escrito. Es decir, que por vía indirecta estaríamos haciendo obligatoria la vacunación ahondando quizás en la teoría de la minoría de edad de la ciudadanía.
Existe una tiranía social, que nos arrastra de manera inmisericorde hacia que otros decidan por nosotros, unas veces bajo el paraguas del paternalismo social, o político en otras ocasiones, pero en ambos casos, mellando nuestra libertad gravemente. Se da así una dominación oculta, sibilina, enigmática y teledirigida, que nos arrastra hacia la mediocridad, que nos hace infelices sin saberlo, porque no olvidemos, que la felicidad siempre requiere de la ausencia de dominación, y que, por ende, esta requiere como presupuesto de la libertad. Pero para ser libre, precisamos ser responsables, esto es, dejar de ser puerilmente, o inconscientemente felices.
Hoy día, somos igual de felices que un caniche enano, que un burro, o un caballo, precisamente porque nos hemos igualado a ellos, al haber eliminado de nuestro prontuario, el pensamiento crítico, la reflexión, y el disfrute en general de la cultura.
Nuestra pervivencia en un medio social notablemente infantilizado, requiere siempre que otros, los llamados “expertos” que ahora se llaman “coach”, mentores, entrenadores, o venden biblias, de tres al cuarto, llenen nuestro vacío intelectual.
Opino, que este enfoque de la cuestión, no es sino una forma de dar respuesta a un problema desde un enfoque puramente liberal, que responde a los cánones de una sociedad de consumo, y desnortada, que nos está ganando la partida.
Creo que debemos ser capaces desde nuestra perspectiva llegar a las decisiones que nos son más favorables.
Justificar limitaciones de derechos fundamentales sin amparo legal rompe con la base de nuestro Estado constitucional de Derecho. Pensar que nuestros gobiernos nos protegerán sin necesidad de los controles establecidos hasta ahora, es desconocer nuestra propia naturaleza.
Las limitaciones de derechos deben efectuarse conforme a nuestro sistema constitucional. La necesidad y el miedo no lo justifica todo.
Los derechos fundamentales son los que se ejercen frente a los poderes públicos. No son absolutos. Pero para que un Gobierno pueda restringirlos tiene que ampararse en una ley orgánica que se lo permita. El precepto de la ley orgánica debe especificar el derecho a limitar, el interés público esencial que permite hacerlo y las condiciones y garantías de la limitación. Restringir derechos por la puerta de atrás, con las medidas «estimulantes», es pensar que no tenemos remedio como sociedad, y que seguimos en esa minoría de edad. Es eludir la opción a la reflexión y al pensamiento crítico.
En definitiva, navegamos dentro de lo que Julián Marías denomina como imposible necesario, o una irrealidad, que forma parte de la realidad humana. Si decidimos que el pensamiento crítico no existe entre nuestros conciudadanos, tendríamos que inventarlo.
Muchas gracias José Luis.
Ciertamente estimulante dialogar con usted, aunque sea en la distancia, mi estimado Jon, respetado Sr. Jáuregui.
Hace escasamente una semana se acaba de publicar un trabajo mío (y co-firmado por otros cuatro colegas de profesión de distintos lugares), que se titulaba «Reflexiones sobre asistencia sanitaria tras la pandemia por CoVID19»; está en Toko – Gin Pract 2020; 79 (6): 338 – 343, la revista científica decana entre las gineco-obstétricas españolas.
Si me arriesgo a citarme (no es arrogancia le aseguro…), es exclusivamente para dejar constancia de que mi acuerdo con usted era previo a su escrito y así me defiendo de la posibilidad de ser tachado de oportunista. Nunca lo he sido aunque la vida (y el nepotismo) me hayan tentado en ocasiones con serlo…
Lo comento básicamente porque comparto su apreciación acerca de la infantilización de nuestra declinante y decadente sociedad, sobre todo en los tempos transcurridos en las pasadas dos o (máximo) tres décadas pasadas…
Estimo firmemente que nuestras (respetadas) autoridades políticas se han obstinado empecinadamente en convertir a la sociedad a la que (supuestamente) sirven en un cuerpo social (?) absolutamente infantilizado y cada vez más dependiente, carente del más elemental espíritu crítico, toda vez que esas circunstancias permiten una dejación de sus funciones de servicio y el mantenimiento de su statu quo en unas condiciones que, de otra manera les exigiría un dinamismo y una actividad que ahora se permiten ahorrar en aras de convertir la metodología en objetivo final de sus propias acciones.
Digo que comparto con usted ese concepto de infantilización social, porque con unos buenos principios basados en el cambio del concepto súbdito por el de ciudadano, se ha ido convirtiendo cada vez más a ese ciudadano en exclusivo detentador y sujeto de derechos (cada día más numerosos e imaginativos), pero sin la contrapartida de su responsabilidad personal y social, que pudieran contrabalancear esa cartera de derechos ciudadanos.
Puedo asegurarle que se de lo que hablo, porque cada día mi labor está cerca del ciudadano medio y a lo largo de mis ya casi cuatro décadas de ejercicio profesional he ido comprobando cómo la mayor parte de la población a la que servimos en directo desde nuestra atalaya de consultas, deriva cada vez más hacia ese infantilismo pueril del que «ya estoy aquí y es mi derecho que me den o me hagan» sin otros cuestionamientos ni responsabilizaciones.
Es obvio que no estoy por la anulación de derecho fundamental alguno, ni aún en un (supuesto) caso de beneficio social innegable…-bonito tema para un debate bioético ciertamente…-, y en eso también coincido con usted. No podría ser de otra menara creyendo (aún asumiendo que las creencias se oponen a los conocimientos…) como creo en los innegables valores de la democracia…
No obstante lo anterior sin embargo, constato cada día que hemos variado nuestras leyes acaso con demasiado ímpetu democrático, y bien está el abandono del patriarcalismo como base de la relación médico-paciente y su cambio por la autonomía de ciudadanos libres y formados que le mencionaba, pero seguramente antes (o en vez de…) de invertir ni medio minuto (y ni un solo dólar…) en la necesaria educación sanitaria que debería haber acompañado a esos (profundos) cambios legislativos.
Tengo para mí, mi estimado Jon, que uno de los problemas fundamentales de estos temas sobre los equilibrios entre libertad individual y beneficio colectivo, llegan como consecuencia (entre otros muchos; en biología las cuestiones no son ni deben ser problemáticas sino dilemáticas y ello ofrece muchas perspectivas y posibilidades diversas…), de un cambio que nuestras (respetadas) autoridades sanitarias confeccionaron poco a poco en estas pasadas tres o cuatro décadas, dos sobre todo…
El cambio fue convertir la asistencia sanitaria en (otro) objeto de acción política y con ello, la (dramática) conversión del paciente en usuario primero, en cliente más tarde, de manera totalmente aberrante (permítaseme aquí el juicio de valor). Está en los manuales de ciencia política y se conoce como la teoría de las cartas rusas de Lenin…; cambiarlo todo de manera radical, para que todo permanezca igual que estaba… Convertir la metodología en el verdadero objetivo final de la actividad, de cada actuación…
De esa forma, mi estimado Jon, al menos desde la perspectiva de este servidor público que conserva mínimamente la lucidez, hemos olvidado al paciente y se nos recuerda cada día que es un votante y eso condiciona no solo las intenciones finales, sino incluso los protocolos y colabora en el afán de su infantilización social, entre otras, para no desairar al votante, al usuario, al cliente…
Olvidamos al paciente, retomamos al usuario y, conveniente y reiteradamente instruido (durante años de lento, pero incansable entrenamiento…) en que es el «dueño» de todo, del centro sanitario, de la empresa que lo gestiona, de las nóminas de los profesionales, se convierte en un infante caprichoso, sin espíritu crítico y al que en modo alguno podemos contradecir o desairar…
Es evidente que a pesar de ello, desde un análisis de la filosofía del derecho, sigue siendo sujeto de derechos fundamentales que deben ser respetados a ultranza en una sociedad democrática, regida por leyes democráticamente dictadas…, obviamente… Sin duda!!!
Pero no es menos cierto, que que es muy difícil tratar de razonar según qué cuestiones con un niño caprichoso y sin educación que no ha recibido valores durante su aprendizaje… Esta es una sociedad que estimula, consiente y aplaude la mediocridad raseando por abajo, que denosta cuando no persigue la meritocracia, mi estimado Jon, que favorece y premia la incultura y que jamás permitiría (bien hecho está…) que la vacunación fuere obligatoria (por más que muchos sanitarios, profesionales y científicos los viéramos nítido en cuanto a necesidad y oportunidad), por definición…
De ahí que a pesar de ello, yo tratara de «estimular» a ese mismo ciudadano caprichoso e infantil, ese que no emplea la mascarilla porque «él es libre para elegir», ese que hace «botellón en compañía de otros treinta cada noche, pero solo del finde» en los paseos de nuestras ciudades, porque se le ha permitido (mientras toda Europa nos contempla alucinada…), trataba digo de estimular con la vacunación a ese ciudadano a quien no podemos negar la asistencia sanitaria aunque sea por un trastorno que inconscientemente pero de manera reiterada fue a buscar hasta conseguir…, con refuerzos positivos (nunca en negativo…), como la posibilidad de acceso a otras subvenciones de forma más rápida, la matrícula prioritaria en centros públicos, y otros varios como los que ya señalé…, etc, etc…
Asumiendo esa infantilización que usted demuestra conocer y que nosotros sufrimos cada día, pero que no hemos originado desde nuestras consultas, que solo padecemos soportando (estoicamente…) incluso las vejaciones o las agresiones [más de 400 cada día en todo el país (perdón, en el estado quería decir…)], mientras nuestras (respetadas) autoridades sanitarias se obstinan en explicarnos que «le traicionaron los nervios», porque la «situación le sobrepasó»…, para no intervenir de oficio contra uno de sus clientes (digo…, usuarios, o quería decir votantes, cuando pensaba en pacientes…, en fin.., que me lío), asumiendo esa infantilización que no veo forma de corregir en este momento de nuestra historia, es que yo proponía la vía del estímulo en positivo para no abrir el debate de la confrontación entre derechos individuales de la libertad de no vacunarse frente al bien colectivo de la protección del grupo social por la vacunación masiva.
Me encanta que se haya abieto el debate.
Tiene muchos aspectos…
No son tiemopos fáciles para la reflexión ni menos aún para el debate serenos, pausado, respetuoso y enriquecedor…
Por eso le agradezco nuevamente las molestias que se toma para debatir conmigo, mi estimado Sr. Jaúregui, para hacerme reflexionar desde otro punto de vista (el suyo indudablemente más jurídico…, el mío más pegado a la zanja de cada mañana de asistencia…), para comentar en público sus impresiones y facilitarme la crítica hacia las mías…
Gracias por todo ello.
Si me sigue de otras veces, ya sabe que suelo sugerir a cada comunicante, a cada visitante (mañana seremos más de 11 millones ya…), que lo comente con otras personas para que alguna más se atreva a entrar y leer cosas sobre mi trabajo, sobre nuestras reflexiones, porque al final, solo buscamos ser un referente para alguna persona en temas de salud de la mujer…, solo eso..
Casi nada!!!!
Gracias Jon!!!