Los autores del trabajo que ahora comentamos argumentan que tal especialización puede ser necesaria por el gran crecimiento que está experimentando la sanidad digital y por las competencias específicas que puede requerir la prestación remota de servicios médicos. A mayor, pero en sentido negativo, valga el ejemplo paradigmático de que en las redes ya hay de «todo»…., incluida la posibilidad de «comprar» semen de donantes anónimos para proceder a inseminaciones «caseras» evitando los centros de reproducción asistida con los innumerables peligros y riesgos que una práctica así podría conllevar (y de la que hablamos in extenso en este mismo blog en https://www.neyro.com/2016/10/
La especialización de la medicina tiene su origen en el Paris del siglo XIX, motivada (George Weisz, Bulleting of the History of Medicine 77.3 2003: 536-574) por el deseo de los investigadores médicos de profundizar en sus materias de estudio y por un intento de racionalizar la organización de la asistencia agrupando a los enfermos con otros con patologías semejantes. Durante el siglo XX se fueron conformando las distintas especialidades, definiendo los límites de ámbitos de actuación de cada una y estructurando la formación especializada.
Pero el mundo avanza, la tecnificación de la práctica médica está cada vez más generalizada y ahora las prioridades sanitarias y económicas hoy son bien distintas a las de hace un siglo, dominando en esta época de la historia la necesidad de afrontar la «epidemia» mundial de la cronicidad. Las enfermedades crónicas, según datos de la OMS, llegarán en el año 2030 a ser la causa de tres de cada cuatro muertes en el mundo, superando ampliamente en impacto a las enfermedades transmisibles, perinatales, nutricionales y a las producidas por lesiones y violencia. Surge la cuestión de qué taxonomía de especialidades médicas es apropiada para afrontar este nuevo desafío.
Un artículo de la revista The Economist de 2012 describe cómo el papel central de los médicos en la sanidad sufre presiones por estos cambios en la demanda y por la evolución de las tecnologías de información y comunicación (en especial, podríamos añadir, por el impacto de las aplicaciones de la inteligencia artificial, que amenazan con reemplazar a muchos profesionales -también en el ámbito médico- en las próximas décadas). Los últimos 150 años, se dice en el artículo, han sido la edad dorada de los médicos, que han disfrutado de una preeminencia social y de unas rentas muy superiores a la mayoría de otras profesiones (quizás no en todos los países, pero sí de forma general….).
Si esa demanda se fuera a atender de la misma manera que en pleno siglo XX (ya pasado) por una parte, se requeriría un número de médicos mucho mayor del que existe hoy; por otro, la atención de enfermedades crónicas, por las frecuentes comorbilidades y por la afección de diversos órganos y sistemas, no es territorio exclusivo de ninguna de las especialidades en su configuración actual (cada vez se forman menos «internistas» a la antigua forma entendidos….). Quizá los médicos de atención primaria en los sistemas públicos europeos sean la figura más preparada, de entre las existentes, para realizar estas tareas, puesto que el objeto de las especialidades es generalmente un órgano (por ejemplo, la cardiología) o una técnica o conjunto de técnicas (p.ej., la anestesiología). Son más escasas las especialidades basadas en la fisiopatología o mecanismo de enfermedad (p. ej., la alergología), o en la atención de la patología propia de grupos de edad (pediatría, geriatría).
Vista así las cosas y el análisis no parece muy errado, acaso la telemedicina pueda ser una herramienta clave en el abordaje de la cronicidad, al facilitar la interacción y coordinación de diversas especialidades en el cuidado del paciente y al permitir contactos médico-paciente más frecuentes, complementados en algunos casos por una monitorización remota continua.